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Sahúmas pasos incansables.
Con mi particular locura noctámbula, sahúmo los pasos para convocar las ganas de mi nuevo viaje. Ya huelo las formas del horizonte donde tocaré sus esencias. ¿Con quién seré camino esta vez? Listaré posibles compatibilidades ya que no todos valen, pero todos pueden ser, de lo contrario sería limitar opciones. Cadenciosa, sintiendo el ventilador del techo en mi nuca, voy rozando las guías de viajes de la librería -resoplo desalentada-, los vuelos me acongojan en este extraño agosto, ¡a ver, a ver!
Vibrante, inicio los preparativos. Listado de contactos, primera opción familia y amigas viajeras -martillo pilón y el que avisa no es traidor-. Será más provechoso remojar mi cerebro para tan específica tarea. La imagen cinematográfica de mí misma debería abrir una botella de vino blanco bien fría, pero no estoy tan glamurosa, así que con una cerveza escarchada con su limón será suficiente para verme con los morros frescos y el cuerpo expectante, en verdad quiero un viaje especial. Segunda opción tú, que te has cruzado en mi camino. Surgen las dudas, deshojo margaritas. ¡Si!, ¡No!, sale no. Mejor pensarlo mañana.
Ya en la quietud de la cama obtengo la respuesta. Esta vez seré viento, seré soledad escogida. ¿Por qué no? Me llamarán loca, pero qué más da si voy en realidad acompañada, me tengo desde el segundo primero de consciencia, 365 días al año y hasta el resto de mis días. Dicen que la mejor compañía es uno mismo, pues adelante. ¡Eos, voy a ser Selene y, junto a Helios, crear este viaje de amanecer!
Llegó el día, las persianas de mis ojos se entreabren con perezosa lentitud. Es el primero de mi trasnochado, por pensado, viaje. Sólo llevo el alimento suficiente para que mi cuerpo resista, la mochila con poquitas pertenencias. Podré decidir dónde y cuándo parar para empaparme con todos los sentidos de lo que mis ojos deciden pararse a ver, de lo que mi piel decide sentir para provocar esos escalofríos en mi nuca que tanto me gustan, para bajar por mi espalda y perderse, de lo que reguste mi paladar asomándose a abismos desconocidos. Estoy preparada para este viaje donde se terminará un pretérito para penetrar el ahora.
¡Llegué! Ya siento el denso olor del mar, la humedad que se acomoda en la piel y en los labios. Sin querer, paso mi lengua desnuda por mi boca. Quizás es el beso anhelado que entrego a la visión de ese océano. No podía ser otra hora del día. Quiero hacerlo, pero el pudor me oprime el deseo, reviso que no haya nadie o, al menos que estén los justos, en verdad soy una boba, nadie va a mirarme, ¿qué más da?
Me acerco lentamente a la orilla, el sol baila con el horizonte una estrecha bachata, pegados, succionándose poco a poco. Pero me observa conquistador, quiere acercarse en el reflejo de sus luces, en el halo de mi piel. Pudorosa, meto los pies en el agua fría de la mar sosegada y coqueta, en un movimiento constante que los hunde en la arena. Se posiciona magnético y esa bola de fuego me penetra el pecho alquilando el dúplex de mi corazón. Impávida y quieta le dejo abrirse camino y hasta le regalo el armario de mis emociones, no quiero que salga de mi pecho, ¡quédate ahí incandescente y abrasador!, rastreando las calles y cobertizos de mis pulmones.
Entro lentamente en el agua, hasta que una ola celosa me golpea pecho y cara mientras la miro justiciera por romper este idilio. Pero la bola de fuego me atrapa de nuevo y, comienzo a moverme en un apasionado ritual, sorteando una alfombra de algas engalanada con pequeños pececillos. Curiosos, mordisquean mi vestido ondulante en el agua y, alguno más osado, busca el primer botón de mi cintura. Como Paganini hago un pacto, esta vez no con el diablo, si no con el sol -soy tuya si tú no me deshabitas-.
Sumergida en ese amanecer, embriagada por mi bola de fuego, mi cuerpo nada liberándose de todo corsé, de ropas que atenazan mis movimientos y, así, dejo de estar sola, pues somos demasiados en ese inmenso océano. Pero, esta vez, la verdadera Isis soy yo.
Devuelvo mi consciencia al instante, al ahora en el que transita mi viaje. El sonido de la voz de mi pequeño me obliga a acabar este romance infinito, es hora de poner los pies en el suelo. Mi viaje ha terminado en un pestañear, pero permanece en mi pecho, pues hay viajes que nunca se podrán diluir en las aguas del tiempo. Son distancias que recorres sola, de puntillas, descalza o con tacones, repitiéndolas cuantas veces deseas, porque no existe nada mejor que viajar entre las entretelas de lo vivido y anhelado.
Cruz Galdón.
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