Las doce, la hora bruja. Esa hora donde todo comienza y termina, donde ella deja de ser ella para comenzar a ser su espejo, donde vuelven los pensamientos a anidar en su mente.
Podrían ser las doce de una noche cualquiera del cálido verano toledano, pero no lo es. Esta es la noche, este es su instante, y lo es por todo lo que le rodea, es por el olor a magnolio, es por la luz de la luna que le toca la boca pidiendo que hable de una vez, es por ese cielo que tantas y tantas noches vela, es por esa ventana que mira al norte y a cuya tenebrosidad asoma su cuerpo para saberse impregnada de oscuridad por cada poro de su piel. Esta es la noche, suspira e inhala una bocanada de tabaco que le llega hasta lo más profundo, — ¡tengo que dejarlo! pero cuántas cosas he dejado por el camino… Madura, madura, ¡madura!, ¿acaso es poco o nada lo que ya hice? –
Madurez suena a manzana caída del árbol, pero ¿quizá no es por ella por la que se hacen tonterías? ¿No es por ella por la que se siente el valor de tomar decisiones? ¿O no es por ella por quien se ve luchadora? Sí, es por ella que se baña de seguridad en su sino, es por ella por la que se convence para conducirse por un camino u otro, es por ella por la que ve pasar el tiempo.
Su razón le atrapa en el pensamiento y le habla cuando le obliga a mirarse en el espejo – Yo, tu madurez, te enseño tus incipientes patas de gallo. Yo, tu madurez, te enseño esas malditas canas que platean la melena morena de la que siempre presumes y para colmo, mientes, tintas tus canas de aceites coloreados que cada mes te recuerda que, ya el pasado son tiempos pretéritos, que los años transcurrieron de verdad. ¡Madura! Ya cumpliste cuarenta y cinco primaveras, es hora de que vomites por qué eres así, es hora de averiguar si eres consecuencia de tu historia, si eres el fruto de tu propia vida, esa vida que quisiste y quieres beberte a atragantadas, si eres “AMOR” o qué diablos eres-.
Y ella se pregunta si no es suficiente con un fracaso de amor que la sume en el desengaño menos esperado, si además el zarpazo de la muerte tenía que habitarla hasta lo más profundo de su ser. ¿Acaso eso no es madurar? No, no lo es. Es envejecer el corazón, acercarse a ese lugar donde pierdes la capacidad de soñar, donde no cabe la ilusión porque ya conoces el final triste de los sueños… es hora de volver atrás, volvamos al pasado.
Eternas preguntas sin respuesta razonable. ¿Qué es madurar? ¿Será sólo acumular experiencias? ¿Será ver pasar los días, que sabemos finitos?.
Quizá sea la pregunta la que no esté bien hecha, porque ni siquiera queramos respuesta.
Los días, sus noches, van depositando dulzuras y hieles, cada instante cuenta un retazo de anhelo amable u odioso. Y así, con cada minuto mil pensamientos que van madurando para que no muera la irracional fé que llevamos dentro